18/III/09

La inseguridad es una realidad innegable. Día tras día suceden asesinatos y robos violentos. Naturalmente es un fenómeno heterogéneo: no es igual de inseguro quedarse sin laburo, vivir de changas, mientras tus hijos enfrentan la calle hasta que al comienzo de la adolescencia el paco les dé el golpe de knock out; o que porque la empresa de seguridad del Country dejó la zona liberada te maten ya que no se conformaron con la notebook del padre, la del hijo y los 10 mil dólares escondidos bajo una baldosa floja. No es lo mismo.
Las opiniones y las argumentaciones respecto de cómo “atacar” el “fenómeno” de la inseguridad son múltiples aunque todas sean de grueso calibre. No obstante, y pese a que no se hable mucho de ello, la causa principal de la violencia es la profunda desigualdad de la social. Es por esto que la violencia golpea más fuertemente a barrios humildes que a barrios de clase media.

¿Qué significado tiene esto? Ante la escasez de oportunidades, la convivencia con un sistema que es cada día más desigual y la necesidad de reproducir materialmente la vida día a día, robar termina apareciendo como una alternativa dentro de un desnutrido abanico de oportunidades.
Esta inmoral desigualdad, sumada a la falta de trabajo, la deserción escolar, la droga, la corrupción y las mafias policiales en convivencia con los circuitos clientelares son un cocktail letal y determinante que provoca una sociedad violenta donde el rol del Estado es determinante.

Más allá de esto último, la inseguridad no solamente es una característica estructural de este sistema, como lo es la desigualdad social, sino que también es funcional a determinada política y sociedad. La organización social que se configura mediante un marco de inseguridad es, por ejemplo, la vía libre para el gatillo fácil y otras prácticas non santas…
(1) En el país, ese mismo indicador es 31 veces.
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